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La crisis socio-ecosistémica mundial y la pandemia que vivimos nos obligan a reflexionar sobre nuestra relación con el planeta. Se hace urgente reconocer que nosotros y nuestros sistemas culturales dependen totalmente del funcionamiento de los ecosistemas, la biósfera, la Gaia.

La teoría Gaia —nombrada así por la diosa que personifica la Tierra en la mitología griega— explica al planeta Tierra como un superorganismo vivo, una entidad compleja que comprende el suelo (tierra, minerales), los ríos y océanos (agua), la atmósfera (aire) y la biota terrestre (las plantas y animales vivos). De acuerdo con esta propuesta, todos los organismos y su entorno inorgánico en la Tierra están estrechamente integrados, forman un sistema complejo único y autorregulado que permite mantener condiciones para la vida.

Los avances tecnocientíficos podrían cambiar la forma en que los seres humanos nos relacionamos con este bello planeta; como sucedió con las primeras fotografías de la NASA con la Tierra desde el espacio en 1968 que transformaron la forma en que las personas percibían su hogar. Si entendemos a la Tierra como un ente vivo, probablemente podamos establecer una relación más respetuosa con ella, sobre todo en el Antropoceno, esta época geológica caracterizada por los impactos negativos de las actividades humanas en el funcionamiento del sistema de la Tierra.

La hipótesis Gaia plantea que la Tierra es una construcción biológica en la que los sistemas vivos desempeñan un papel central en la distribución y abundancia de diversos elementos dispersos en el mar y en la atmósfera.

Por ello la preocupación por la pérdida de biodiversidad documentada en el Informe de la evaluación mundial sobre la diversidad biológica y los servicios de los ecosistemas. Los principales mensajes de este informe recalcan la importancia de la naturaleza y su diversidad para sostener la vida humana y la peligrosa tendencia de los indicadores que muestran su rápido deterioro.

Breve historia de la hipótesis Gaia

James Lovelock, quien propuso la hipótesis Gaia, es un científico controvertido y drástico en su visión sobre el futuro de la vida humana en la Tierra.1 Es meteorólogo, escritor, inventor, químico atmosférico y ambientalista. Un estudio encargado por la NASA sobre la posibilidad de vida en Marte dio pie a su hipótesis. La encomienda le obligó a reflexionar sobre las condiciones de la vida en el planeta Tierra. Analizó la composición de la atmósfera comparándola con otros planetas como Marte y Venus. Para Lovelock, la Tierra parecía ser una anomalía extraña y hermosa, que no podía ser explicada solamente con la lógica de compuestos químicos interactuando.

El antecedente inspirador de Lovelock fueron los estudios de Vernadski sobre la biósfera,2 quien difundió el término que ahora se utiliza de forma común. En estas investigaciones, Vernadski plantea la interacción entre las capas sólida, líquida y gaseosa de la Tierra, que sólo se explica como una dinámica de la vida.

Lovelock entendió las relaciones entre las partes orgánicas e inertes del planeta. En 1979 publicó un libro con una detallada explicación de su hipótesis, según la cual la Tierra, su biota, aire, océanos y superficie forman un sistema complejo que puede considerarse como un organismo individual capaz de mantener las condiciones que hacen posible la vida en el planeta.

El conjunto de los seres vivos de la Tierra puede ser entendido como una entidad capaz de transformar la atmósfera del planeta. Las plantas y animales en su conjunto se encargan de mantener y regular la atmósfera.

Su planteamiento está basado en criterios cibernéticos, la ciencia que estudia los sistemas de comunicación y control autorreguladores de los seres vivos y las máquinas. Los mecanismos de autorregulación son “bucles” de retroalimentación positiva y negativa que reaccionan a cambios en el entorno.3 Estos mecanismos de autorregulación permiten captar información y almacenar experiencia y conocimiento, generando así un proceso de aprendizaje.

La hipótesis se apoya con ejemplos concretos a escala de tiempos geológicos. Toma en cuenta que la Tierra se formó aproximadamente hace 4.5 millones de años, y hace aproximadamente 3.5 millones de años se tienen los primeros registros de vida en el planeta. A partir de la aparición de la vida, las condiciones han cambiado, la radiación solar ha disminuido casi un 30 % y la composición de la atmósfera ha sufrido cambios radicales. A la luz de los datos aportados se puede suponer que, en los últimos 3.5 millones de años, la Tierra logró mantener las condiciones de PH, temperatura y salinidad en proporciones que permiten la existencia de la vida.

El planteamiento de la hipótesis es que la interacción de seres vivos en el planeta explica la autorregulación de la temperatura; variación de radiación que refleja o absorbe una superficie (albedo) mediante la interacción entre vegetación y nubes; y la regulación de salinidad de los mares por organismos como las diatomeas, un grupo de algas unicelulares, encargadas de producir más del 80% del oxígeno del planeta y cuyos restos muertos forman petróleo y gas.

Sobre los seres vivos

La argumentación de una Tierra viva se apoya en la diferencia entre los sistemas vivos e inertes. Una entidad viva, además de su alta complejidad, implica un funcionamiento y estructura autopoiéticos. La autopoiesis4 es un concepto propuesto por los chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela, quienes explicaron lo vivo como una estructura formada por unidades acopladas y anidadas, la célula como unidad de primer orden, organismos complejos de segundo orden y organización social de individuos de la misma especie como unidades de tercer orden. Cada unidad viva (autopoiética) es autoreferenciada, autónoma, determinada por su organización (estructura y funciones), producto del devenir histórico de acoplamientos estructurales en secuencias ininterrumpidas.

Las unidades vivas conservan la organización de su linaje, pero con variaciones a lo largo de su historia evolutiva.

Estas unidades están en interacción circular con el medio y las unidades vivas circundantes, que “gatillan” reacciones, es decir, las variaciones en el entorno tienen influencia, pero sin determinismo absoluto; los estímulos externos pueden generar cambios en diferentes direcciones e incluso no operar reacción alguna. Esta aproximación no contradice el positivismo, que sólo reconoce el conocimiento científico y las leyes de causa y efecto; lo completa con una idea multicausal y con posibilidades de generar diferentes respuestas y fenómenos. La vida es compleja y una emergencia del acoplamiento estructural que sólo se explica como unidad desde su organización, estructura y funcionamiento en conjunto y no por descomponer cualquiera de las partes que la forman.5

Ilya Prigogine, premio nobel de química, explicó que la vida se genera a partir de la estructura y fenómenos irreversibles en la línea del tiempo. Los sistemas biológicos son dinámicos e inestables, que se dirigen a un porvenir impredecible. La vida se desenvuelve hacia un futuro más complejo.6 Para Prigogine la vida es auto organización espontánea de sistemas dinámicos.

Las moléculas de agua se auto organizan para formar hexágonos, la forma y comportamiento de huracanes, y la formación de redes, grupos de nodos conectados por enlaces (neuronas, sinapsis). Al observar el universo, las galaxias, un cardumen de peces nadando al unísono, una parvada de patos volando, la construcción de un hormiguero o colmena de abejas, no podemos creer que ese orden sea producto del azar.

Por su parte, Lynn Margulis, destacada estudiosa de la evolución de vida compleja, ayudó a entender el papel de la asociación en la evolución de las especies.

En sus investigaciones colocó a los microorganismos en un papel protagónico, como fuente de vida e innovación. Explicó que la vida no se creó y evolucionó con base en combates y competencias, sino gracias a la cooperación. Ella destacaba que cualquier individuo complejo, es en sí mismo un ecosistema completo de múltiples relaciones asociativas en comunidad.7 Apoyando esta idea hoy se reconoce el papel clave que tienen las bacterias y microorganismos en el organismo humano, sin los cuales el individuo no sobreviviría.

La respuesta de la ciencia

Lovelock tuvo el apoyo de científicos como Lyn Margulis, con quien ya había hecho publicaciones conjuntas.8 En un libro editado por William I. Thompson9 con la participación de Lovelock, Gregory Bateson, Henri Atlan, Marguris, Varela, Maturana, John Tod y, Hazel Henderson, se apoya la hipótesis Gaia y se ofrecen elementos que relacionan el macrocosmos (Gaia), el microcosmos (bacterias y vida celular), y el mesocosmos (cognitivo y lenguaje) que explica lo vivo y el mundo.

Las reacciones del mundo científico ante la hipótesis Gaia fueron variadas, y algunos llegaron a ridiculizar la idea, sobre todo los que interpretaron que Lovelock estaba atribuyendo a Gaia una personalidad que conscientemente controlaba el clima del planeta.  Lovelock acostumbra contestar que Gaia, como entidad planetaria viva, no implica necesariamente la existencia de conciencia y que probar o refutar esa idea está lejos de los alcances de la ciencia actual. Otros científicos han dado argumentos sobre dificultades epistémicas y prácticas de la hipótesis Gaia debido a la complejidad del sistema que aborda. Sin embargo, con el tiempo se acumula una cantidad interesante de pruebas que Lovelock ha podido concretar.

En 2002, la revista Climatic Change publicó una serie de argumentos firmados por James Kirchner,10 Timothy Lenton,11 y Tyler Volk12 para ampliar el análisis en torno a la hipótesis. Si bien la hipótesis no es aceptada totalmente, aumentan los argumentos sólidos y algunos científicos ya le ofrecen calidad de Teoría.

Conclusión

Desde un ángulo científico, la hipótesis ha constituido la provocación para un análisis más amplio, invita a abordar la complejidad para entender procesos globales. En el ámbito transdisciplinario, la acogida de esta teoría tiene connotaciones filosóficas y éticas muy importantes, ya que permite articular puentes entre una visión científica de la vida y otras expresiones culturales que, desde hace milenios, ven a la Gaia con respeto y reverencia; la Pachamama del pueblo andino es buen ejemplo, o las culturas originarias que ofrecen a los elementos aire, agua, tierra y fuego categoría de sagrado.

La visión de la Tierra como un ser vivo permite repensar la posición de los seres humanos, la noción de la Madre Tierra de la cual el ser humano forma parte y comparte con las demás especies en un sentido de hermandad, y no el dueño de ésta.

La actividad humana que caracteriza al Antropoceno está poniendo en peligro los límites planetarios para sostener la vida. Cambio climático, pérdida de biodiversidad, contaminación de suelo, agua y aire, deforestación, agujeros en la capa de ozono y alteración de los ciclos biogeoquímicos del planeta son algunos puntos que interactúan con problemas sociales como la desigualdad, violencia y migración para constituir la crisis socioecosistémica actual. La pandemia es efecto y uno de los síntomas que hace evidente la problemática compleja.  Una mirada diferente a la naturaleza de la vida, una actitud reverencial a la Gaia, probablemente permitiría a la humanidad buscar la armonía y cuidado necesarios para olvidarnos del consumo excesivo y depredador.

Por Indra Morandín Ahuerma

Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad (IIES UNAM).

 

1 Lovelock, J. E. Gaia, una nueva visión de la vida sobre la tierra. Ediciones Orbis, Barcelona, 1985. Existen varias entrevistas y exposiciones del Dr. Lovelock en línea.

 

2 Vernadski, V. I. La biosfera. Fundación Argentaria, Madrid, 1997. Publicado por primera vez en 1926.

 

3 Capra, F. La trama de la vida. Una nueva perspectiva de los sistemas vivos. Anagrama, Barcelona, 2002.

 

4 Maturana, H. & Varela, F. De las máquinas y los seres vivos. Autopoiesis: La organización de lo vivo. 5.ª edición, Editorial Universitaria, Santiago, 1998.

 

5 Maturana, H. & Varela, F., 2003. El árbol del conocimiento, bases biológicas del entendimiento humano, Lumen, Buenos Aires, 2003.

 

6 Prigogine, I. El fin de las certidumbres. 5.º edición. Editorial Andrés Bello, Santiago, 1997.

 

7 Margulis, L. Una revolución en la evolución. Universitat de Valencia, Valencia, 2003.

 

8 Lovelock, J. & Margulis, L. “Atmosferic homestasis by and for the biosphere: the Gaia hipothesis”. Tellus, XXVI(1-2), 1974, pp. 2-9.

 

9 Thompson, W. I. y otros. Gaia, implicaciones de la nueva biología. 3.ª edición, Editorial Kairós, Barcelona, 1995.

 

10 Kirchner, J., 2002. “The Gaia Hypothesis: Fact, Theory, and Wishful Thinking”. Climate change, Volumen 52, 2002, pp. 391-408.

 

11 Lenton, T. “Testing Gaia: The Effect of Life of Earth’s Habitability and Regulation”. Climate change, Volumen 52. 2002. pp. 409-422.

 

12 Volk, T. “Toward a future for Gaia Theory”. Climate change, Volumen 52. 2002. pp. 423-430.

 

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